Si hay un tramo histórico bien representado en la historia del videojuego nacional es es la denominada Edad de Oro del Software Español. Nos lo han presentado como una época de esplendor de la creatividad que consiguió que, al menos durante una ventana temporal, España estuviese a la altura de las primeros productores de videojuegos del mundo.
Pero esto no es exactamente así. Basta hacer un repaso histórico ('Ocho Quilates' supone una excelente aproximación al tema) para reparar en que lo que aquí se hacía tenía más que ver con el Buscón de Quevedo que con la innovación asociada a Steve Jobs. De lo que se produjo en aquellos locos 80, predominan las versiones recortadas de las recreativas más populares. Sin el pago de la licencia preceptiva, dicho sea de paso, porque en aquellos tiempos Estados Unidos y Japón estaban diez veces más lejos que ahora.
Mas no sería justo decir que todo fueron copias y picaresca. También salieron videojuegos originales, que a la postre sirvieron de percha dorada al movimiento. Y, sobre todos, destaca siempre la figura de un juego especial, único, diseñado por dos jóvenes madrileños con esa pasión que solo se encuentra en las primeras ocasiones. Estoy hablando, claro, de Paco Menéndez, Juan Delcán y su retoño, La Abadía del Crimen, diseccionado minuciosamente por Jaume Esteve en 'Obsequium', un libro que hoy sale a la venta.
Un caso único
¿Merece un videojuego un análisis de 180 páginas? Personalmente les respondería que no en el 90% de los casos, pero lo cierto es que La Abadía del Crimen es una obra tan misteriosa y brillante como El Nombre de la Rosa, la película en la que -bastardamente- se basa. Menéndez y Delcán no eran diseñadores profesionales, sino universitarios que aprovechaban sus ratos libres para enredar con código de Spectrum. Podrían haberse conformado con emular la mecánica de un matamarcianos, como era menester en 1987, pero quisieron ir más allá.
Es un misterio como Menéndez, obsesivo y lúcido a partes iguales, sin nociones sólidas de programación, consiguió embutir en 100 kb -algo menos de lo que pesa la imagen que encabeza el artículo- la vida de un convento del siglo XIV. En una época en la que los juegos eran rápidas raciones de consumo adolescente, La Abadía presentaba un concepto rompedor; al observarlos con detenimiento, el jugador reparaba en que cada monje tenía un comportamiento diferente y único, que respondía a las funciones propias del ministerio monacal, como rezar o acudir al scriptorium.
De modo que el jugador debía desentrañar una serie de crímenes mientras cumplía con sus deberes a rajatabla en un tiempo máximo de siete días. Cómo Menéndez, desde la soledad de su habitación en la Ciudad de los Periodistas, le pasó la mano por la cara a los mejores programadores británicos es un secreto que todavía no tiene respuesta.
La guinda la puso Juan Delcán, estudiante de arquitectura, que recibió el encargo de crear los gráficos. Lejos de aprovechar su capacidad artística para cumplir con el proyecto de su amigo, se tomó la tarea como un reto personal. Poco a poco, siempre a través del relato del Umberto Eco, fue recreando sobre el papel lo que sería un plano coherente de una abadía medieval. El resultado en un ejercicio de perspectiva isométrica apabullante, nunca visto antes, que creaba la atmósfera perfecta de juego.
Veintiseis años después, La Abadía del Crimen es uno de los pocos juegos de 8 bits que han resistido el paso del tiempo. Una llamarada de talento amateur que Esteve perfila a través de la mirada de siete autores que vivieron en primera persona su desarrollo. Lamentablemente no disponemos del testimonio de Paco Menéndez, que se quitó la vida en 1999, incapaz de encontrar una motivación que ocupase su mente maravillosa. Sí nos queda, como un precioso tributo, este 'Obsequium' que hoy ve la luz y que pueden comprar en RetroMadrid este fin de semana. Disfrútenlo.
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